El duelo es un proceso de adaptación natural; nuestro cuerpo y cerebro están preparados para procesar e integrar las pérdidas que sí o sí formarán parte de nuestra vida. Sin embargo, existen dos factores fundamentales que pueden dificultar y alargar este proceso, impidiendo la adecuada elaboración del duelo: la culpa y la dificultad para aceptar lo que es.

La culpa como barrera en el duelo

Uno de los principales impedimentos en el camino del duelo es la culpa, esa emoción que nos habla de que pudimos haber actuado de una manera diferente a como lo hicimos. Entre las personas que han compartido conmigo su proceso de duelo, he podido escuchar frases como: «Tenía que haber hecho…», «No hice lo suficiente», «Si hubiera actuado de otra forma, las cosas hubieran sido distintas», «No actúe de manera empática» o «No fui buena persona». Mantenernos en la culpa puede puede ser especialmente doloroso y alarga nuestro sufrimiento en relación con algo que es imposible cambiar. Para poder liberarnos del dolor necesitamos reconciliarnos con ese pasado y, sobre todo, aprender a perdonarnos. Es crucial comprender que, en aquel momento, con las circunstancias dadas, con lo que sentías y con los recursos que tenías, hiciste lo que pudiste. Ahora quizás lo harías distinto, pero hay muchas cosas que han cambiado desde entonces.

La resistencia a aceptar lo que es

La otra gran traba en el desarrollo saludable del duelo es la dificultad para aceptar lo inevitable. A la mente humana le cuesta asimilar aquello que escapa a su control, por lo que instintivamente busca respuestas o soluciones a toda costa, cayendo en la «trampa de la seguridad». Sin embargo, la verdadera seguridad y paz solo se encuentran al reposar en la realidad, en aquello que ya ha sucedido o está por suceder: el alejamiento de un amigo, una ruptura de pareja, la muerte inminente de un familiar o la necesidad de emigrar a otro país… Son experiencias difíciles de transitar, por eso la mente diseña protecciones en forma de evitación: no pensar en eso, ocuparme en otras cosas, fantasear con otras realidades… con tal de no experimentar el dolor que eso conlleva. Necesitamos aprender a dejar de enredarnos mentalmente con lo que no está en nuestras manos, con todo aquello que pertenece a otras personas o a la vida, y volver a ocupar nuestro espacio. Y en nuestro espacio no queda otra que acoger nuestro dolor, nuestro miedo, nuestra impotencia. Necesitamos acogernos con mucho cariño y, si es posible, que otros también nos abracen y acompañen. El dolor no transitado se queda atascado, como agua a la que obstruimos su caudal, y esta puede acabar inundando cada uno de los resquicios de nuestra vida y de nuestro ser. En cambio, la tristeza que dejamos fluir, encuentra maneras de llegar al mar.

Si sientes que te está costando avanzar en tu proceso de duelo, te invito a buscar ayuda ❤️

Con cariño,

Ainar

Ainara

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